*Hilario Aguilar acaba de cumplir 53 años como alpinista y después de 500 ascensos en el volcán Pico de Orizaba dejó de contarlos
Édgar Ávila Pérez
Cd Serdán, Pue.- Aquella imagen de ese chaval de trece años en el techo del Pico de Orizaba, con una sola muda de ropa, zapatos tipo bostonianos con la suela acabada y con un hoyo, sigue viva en la memoria de Hilario Aguilar.
Y ahí, en la cima del volcán, Hilario se vuelve a reencontrar 53 años después. Un 11 de diciembre, siendo un niño, subió al Citlaltépetl, como gusta llamarle y desde entonces aprendió a respetar y amar a la montaña.
Cientos de ascensos y descensos como guía; rescates de personas y perros como alpinista son parte de la vida del hombre, quien se mimetiza con la montaña más alta de México.
“Nos identificamos mucho para todo y respeto mucho la montaña y eso me ayudó a que nunca tuviera un accidente”, afirma el integrante del Club Alpino Mexicano delegación Serdán, municipio poblano donde nace el volcán.
Hace un par de años decidió retirarse como guía, pero sigue subiendo a la “Montaña de la estrella” o “Cerro de la Estrella”, donde contempla los matices de la naturaleza en multicolores imágenes a cinco mil 636 metros sobre el nivel del mar.
“Por los años de experiencia, se siente más amor a la montaña, se disfruta más. De joven es uno impetuoso y si bien la disfruta uno, no tanto como cuando uno es mayor y ve la vida de otra forma”, explica.
Hace 20 años, contabilizaba 500 ascensos al Citlaltépetl, pero dejó de contar, aunque hay quienes dicen que suma más de mil. Desde hace un par de años, cuando sube en solitario, disfruta más la montaña.
“La veo más maravillosa, creo que es una lección de vida la que nos da la montaña, nos enseña a ser un poco más humildes y yo la veo como una madre que siempre nos está cuidando”, afirma.
En sus años juveniles, logró subir a las más altas y mejores cumbres de Perú, Bolivia, Ecuador y Argentina, entre ellas el Aconcagua en la Cordillera de Los Andes, sin embargo nunca hace menos al Pico de Orizaba.
Jamás -dice- le quedaría chico El Citlaltépetl, por el contrario con los años cuesta un poco más de trabajo acariciar sus laderas y llegar a la cima; pero la disfruta de una manera diferente.
“Ya no está uno viendo que va a llegar rápido, sino que hasta donde la montaña nos diga y ahí le paramos. Si ya no podemos nos regresamos”, afirma uno de los rescatistas más activos.
Pasar por el Valle del Encuentro a tres mil 900 metros sobre el nivel del mar forma parte del deleite personal de Hilario; lo mismo que pasar por la Cueva del Muerto con su promontorio rocosos de cien metros de altura, aunque los mejores momentos de su vida son subir a la cumbre.
Durante años, se hizo acompañar de Citla, el famoso perro guardián de la montaña hasta que el can se despidió para habitar en la memoria de la montaña; hoy Don Hilario mantiene su ímpetu al lado de Rocco, un pastor belga malinois.